La paradoja de los leds: menos energía, más contaminación lumínica - EL ÁGORA DIARIO

2022-12-08 12:20:58 By : Mr. John Snow

Estamos asistiendo a un rápido cambio de color en el alumbrado nocturno de nuestras calles. La luz anaranjada de las clásicas lámparas de vapor de sodio se sustituye por el blanco brillante de los leds. La reducción del consumo energético por bombilla ha hecho que se instalen más luces, ignorando las consecuencias negativas que genera esta sustitución. La superficie iluminada artificialmente en nuestro planeta aumenta un 2,2% al año y la tecnología led hace que esta sea cada vez más brillante

Durante la última década, los ayuntamientos han ido renovando las farolas, en su mayoría de vapor de sodio, por luminarias de tecnología led con la intención de ahorrar energía.

El argumento principal que ha impulsado este cambio ha sido tratar de mejorar la eficiencia de las lámparas, sin embargo, el consumo ha aumentado. La iluminación es tan económica, que generamos mucha más.

Con la intención de ahorrar energía hemos ido modificando la tecnología de nuestras farolas, y este cambio ha afectado a las luminarias de pueblos, ciudades, polígonos y carreteras. El ahorro, sin embargo, no se ha producido, ya que se ha mejorado únicamente la eficiencia energética aumentando el consumo total, lo que lleva asociada una generación mayor CO2 y empeorando el impacto medioambiental.

El catedrático en astrofísica Jaime Zamorano, de la Universidad Complutense de Madrid explica: “Las farolas del alumbrado público tienen instaladas en su mayoría lámparas de sodio y halogenuros metálicos, siendo unas pocas de vapor de mercurio.

Los fabricantes presentan las bombillas LED como la solución a los problemas de consumo energético, sin embargo, una alternativa válida sería bajar la potencia de las lámparas que ya están instaladas. Convendría hacer un balance de lo que cuesta la sustitución de la tecnología de las luminarias, que implica en la mayoría de los casos un cambio de la farola completa y hacer un plan de reciclaje para la electrónica de estas lámparas cuando acabe su vida útil.”

Hasta 2015 no comenzaron a verse en el mercado de alumbrado exterior leds más eficientes que el sodio de alta presión. Por otro lado, todavía no existen alternativas que mejoren la eficiencia de las lámparas de sodio de baja presión.

Los científicos miden la luz artificial que emitimos desde tierra para poder estudiar sus consecuencias. Existen proyectos de monitorización del cielo nocturno que instalan redes de fotómetros por todo el planeta para detectar variaciones en la contaminación lumínica a lo largo de los meses y los años. Uno de estos proyectos es la red de fotómetros TESS de la Universidad Complutense de Madrid, con casi 300 estaciones que toman medidas cada 30 segundos, todas las noches del año.

El aumento de la contaminación lumínica también se puede medir mediante imágenes nocturnas de nuestro planeta tomadas desde el espacio que ofrecen valores en grandes superficies. Se trata de una forma alternativa de medir la contaminación lumínica, equivalente a las medidas clásicas desde tierra, tal y como indica la revista Nature. Un instrumento de la Agencia Europea del Espacio (ESA) ha permitido a los investigadores trabajar con este tipo de imágenes. Nightpod consiste en una cámara instalada en un trípode motorizado que compensa el desplazamiento de la Estación Espacial siguiendo el movimiento de puntos concretos de la tierra de forma automática. De este modo, la ciudad a fotografiar se mantiene dentro del encuadre y el resultado final es una imagen enfocada incluso en tomas de larga exposición.

La reducción en el coste de la energía debería haber ido acompañada de una gran disminución en las emisiones de luz, y sin embargo, mediante estas técnicas de medición, los científicos han permitido detectar que no sólo la superficie iluminada artificialmente en nuestro planeta aumenta un 2,2% al año, sino que las zonas iluminadas son cada vez más brillantes, de modo que se genera un crecimiento de la radiancia en torno al 1,8% al año.

Podríamos ahorrar energía y reducir la contaminación lumínica siempre y cuando el ahorro energético no se gaste en incorporar más fuentes de luz. Se trata de no analizar únicamente la eficiencia, sino el impacto ambiental tanto en la fabricación como en el uso que se le da a las luminarias.

De este modo, la potencia ha de adecuarse al uso. No es necesario utilizar los mismos lúmenes en una rotonda, en donde ha de primar la seguridad vial, que en un parque natural, en donde los animales y las plantas se ven afectados por la falta de oscuridad. En las vías de circulación, la seguridad se alcanza iluminando uniformemente, ya que la alternancia de zonas oscuras con zonas de luz intensa puede impedirnos ver bien a los peatones o a otros vehículos.

Hay que tener especial atención para que las lámparas no cieguen a los conductores ni por una excesiva potencia, ni por una orientación incorrecta. La luz artificial debe tener un objetivo que iluminar. Dirigir la luz solo hacia los lugares que se necesita es especialmente importante en exteriores, ya que emitir luz en otras direcciones supone un derroche de energía. Las farolas han de iluminar la carretera, la plaza o el edificio que nos interese y nunca dirigirse directamente hacia arriba, evitando iluminar el cielo.

Una forma de disminuir el consumo total es reducir el tiempo de uso. No sólo reduciendo las horas con sensores de luminosidad en lugar de programando nuestras farolas para que se enciendan a una hora determinada, sino dotando a nuestras calles menos transitadas de sensores de presencia.

Finalmente, se ha de valorar la temperatura de color adecuada para cada situación. La primera luz led, que salió al mercado en 1997 era de color blanco, mientras las lámparas de sodio emiten una luz de color anaranjado. Este es uno de los motivos por los que los comerciales tratan de vender la luz blanca insistiendo en que permite reconocer mejor los colores.

Sin embargo, la luz fría es más energética que la cálida, por lo que genera una serie de consecuencias negativas que los vendedores suelen pasar por alto. La luz blanca no sólo perjudica la calidad de las observaciones astronómicas, sino que además perturba el ritmo circadiano de los organismos vivos, poniendo en peligro tanto la salud humana como la de ecosistemas completos.

Lucía García es física experta en contaminación lumínica y divulgación científica. Es ayudante de investigación en la Universidad Complutense de Madrid.

Distinguir a simple vista la tecnología utilizada en las farolas de nuestro entorno no es tarea fácil. El proyecto de ciencia ciudadana Street Spectra, como parte del proyecto europeo ActiON, propone un método sencillo para clasificarlas utilizando la cámara de un teléfono móvil y una red de difracción que se puede adquirir online por un coste aproximado de un euro.

Las fotografías tomadas por los voluntarios muestran patrones de colores continuos para fuentes LED y discontinuos para fuentes de luz de haluros metálicos, vapor de sodio o mercurio.

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