El asombroso milagro de la luz eléctrica en Salamanca

2022-12-08 12:27:01 By : Ms. Lisa Zhang

Hubo una vez en que el Ayuntamiento de Salamanca pagaba por el consumo de una lámpara en la vía pública la friolera de siete céntimos de peseta a la hora y que el alumbrado público se apagaba a medianoche. La historia de la luz eléctrica en Salamanca comenzó en 1883 como un espectáculo en las zonas de paseo y la Ferias de septiembre. Después iluminó las fiestas privadas de la gente pudiente y no fue servicio público, y también negocio, hasta la llegada a Salamanca del industrial y emprendedor Carlos Luna Beovide, que inició en verano de 1889 la instalación y distribución de la luz eléctrica que reduciría progresivamente la inseguridad nocturna y el olor de las lámparas de petróleo.

Los orígenes de la industria eléctrica en España se remontan a 1873, cuando el fabricante de instrumentos científicos barcelonés Tomás Dalmau conoció en la Exposición Internacional de Viena la dinamo fabricada por Zénobe-Théophile Gramme, el primer generador eléctrico apto para uso industrial. En 1881 Dalmau fundaría en Barcelona la Sociedad Española de Electricidad, primera empresa que se dedicó a la producción y distribución de la electricidad en España con un capital social de 20 millones de pesetas. Desde entonces y junto a su filial en Madrid “La Matritense” comenzó la electrificación de las principales ciudades españolas: Barcelona, Madrid, Valencia, Bilbao y La Habana (Cuba). Cuentan las crónicas de la época que Comillas (Cantabria) se convirtió en 1881 la primera localidad española en iluminar sus calles con luz eléctrica. El marqués de Comillas costeó 30 farolas para agasajar al rey Alfonso XII en su estancia estival. Y Gerona se convirtió en 1886 la primera ciudad de España en contar con un proyecto general de electrificación con corriente alterna.

Tras completar otras redes de servicios como el abastecimiento de agua, el saneamiento y las comunicaciones, el Ayuntamiento de Salamanca buscaba introducir mejoras en el alumbrado público. Y la luz eléctrica de la que todo el mundo hablaba era la solución al humo y el olor que desprendían el gas y la lucilina.

Los historiadores coinciden en situar en el año 1883 la primera demostración de esta nueva fuente de energía lumínica en Salamanca. Sin embargo, ya una década antes de esa fecha el Consistorio llegó a anunciar dentro del programa de actividades previsto para las Ferias la colocación de “focos de luz eléctrica” ... “en los puntos más culminantes de alguno de los edificios más notables de esta población”. Una reseña de “El Arte”, publicación de la Escuela de Artes de San Eloy, recogía este efectista ejemplo de modernidad para los días 10, 14 y 21 de septiembre de 1873. Sin embargo, no hay constancia posterior de que los salmantinos se deslumbrasen con la electricidad en esas fechas en las que se acababa de instaurar la primera República.

Los primeros ensayos de la luz eléctrica en Salamanca se realizaron durante las Ferias de 1883. La iniciativa corrió a cargo del empresario local Anselmo Pérez Moneo, uno de los grandes protagonistas del desarrollo de Salamanca en el último tercio del siglo XIX. Cuenta el historiador Enrique García Catalán que Moneo escribió al Ayuntamiento el 16 de julio tratando de convencerles para hacer la prueba, advirtiendo de que “todos los pueblos se mueven hoy para la instalación de este sistema de alumbrado, que a no dudar ha de desterrar en un plazo muy corto a los demás existentes hoy”. Tras descartar una propuesta similar de la Sociedad Española de la Electricidad por los elevados costes de los traslados del material y del personal desde Barcelona, el Ayuntamiento aceptó la propuesta de Moneo.

El ensayo se hizo con cinco lámparas de arco voltaico del sistema Gramme Nysten que, montados sobre postes de madera, iluminaron el paseo de Carmelitas entre las puertas de Zamora y de San Bernardo. La empresa de Moneo se ocupó de la instalación por 5.500 pesetas, y sus lámparas eléctricas ofrecieron más intensidad de luz que las lámparas tradicionales y menor coste. El consumo se elevó a la “friolera” de 15 pesetas al día funcionando durante siete horas. Tras las Ferias, estas primeras lámparas fueron colocadas de manera permanente en la Plaza Mayor, donde se suprimieron las luces tradicionales.

Para entonces la llegada de la luz eléctrica como símbolo de modernidad estaba en boca de todos. Después de que la directiva del Casino iniciara los primeros contactos para llevar el alumbrado a sus salones, algún polemista de la prensa local lograba encontrar inconvenientes empleando unos argumentos que hoy sorprenden: “Según nuestras noticias, —escribía en julio de 1883 el reportero del periódico salmantino La Liga de Contribuyentes— el alumbrado eléctrico va a ser pronto una verdad, por lo menos en el Casino de Salamanca y en algún otro establecimiento público. Esta clase de alumbrado tiene sus inconvenientes: si la electricidad alumbra nuestra artística plaza, desaparecerán las parejas de enamorados que ahora amenizan sus oscuros rincones, y huirán a impulsos de la nueva luz, como las aves nocturnas escapan ante el fulgor del astro del día. Además ya no serán de noche pardos todos los gatos (...) Si el Ayuntamiento escuchara mi parecer, no gastaría su dinero en luces eléctricas. Lucilina, y eso, las noches que no anuncie luna el calendario. En eso estriban las verdaderas economías”.

Las Ferias de Salamanca de 1884 fueron el segundo aldabonazo en la historia de la electrificación de la capital. La anual Exposición que se instalaba en la Alamedilla relucía más que nunca con “cinco focos de arco voltaico y uno de luces incandescentes”, alimentados por una máquina de seis caballos de potencia. Así contaba el diario local El Progreso el resultado de la esperada inauguración del alumbrado el día 8: “La prueba no pudo ser más satisfactoria: la luz era brillante y sostenida, y al lado de su azulada blancura, la Luna parecía amarillenta y las luces de las farolas parecían no alumbrar. El Ayuntamiento de Salamanca, ante resultados tan satisfactorios, no debe vacilar en adoptar cuanto antes el alumbrado eléctrico”.

Los focos eléctricos se convirtieron en elemento de distinción de los eventos de la alta sociedad. En una fiesta ofrecida por los Marqueses de Castellanos en su palacio de la calle san Pablo, el patio fue iluminado con luz eléctrica generada por los aparatos que cedió el gabinete de Física de la Universidad. Los marqueses corrieron con los gastos de una cita que, según reflejaba previamente el reportero de El Progreso con ingenio, sería “sin duda de las más brillantes de Salamanca”. Pero pese al éxito de las pruebas, no sería hasta 1888 cuando el Consistorio salmantino abordase el objetivo de llevar la electricidad al alumbrado público. En marzo de ese año, el gobernador civil evidenciaba el mal estado en que se encontraba la red de alumbrado público y calificaba la situación de “insostenible” por los abusos que se venían produciendo por las noches aprovechando la oscuridad.

Un reglamento que prohibía la luz de gas en los teatros y obligaba a sustituirlo antes de seis meses por alumbrado eléctrico fue, junto al malestar del gobernador, el detonante que impulsó al Ayuntamiento a poner en marcha una comisión que redactaría las bases del concurso del alumbrado eléctrico en la capital. Durante este período, el pleno municipal del 26 de julio recibía una solicitud firmada por Carlos Luna en la que solicita autorización para establecer el alumbrado eléctrico en Salamanca con destino al servicio de particulares y teatros. Este empresario madrileño se había asentado a fines de 1887 en Salamanca, la tierra natal de su esposa Inés Terrero, con la intención de poner en marcha el negocio de la energía eléctrica. Y pronto cambiaría la historia de la capital charra para siempre.

A su llegada en el mes de noviembre anterior, Carlos Luna había registrado oficialmente el nombre de su empresa La Electricista Salmantina. La casa de la familia de su consorte, en el número 12 del Campo de San Francisco (hoy calle Ramón y Cajal) sería su vivienda y también el lugar donde pondría en pie la primera fábrica de luz de Salamanca, que erigió sobre un patio y tenada dentro del perímetro del antiguo convento de San Francisco el Grande. Con el aval del patrimonio de su mujer, heredera de grandes propiedades rusticas y arriendamientos agrícolas, Luna se entregó a la labor de levantar una industria con futuro. Firmó créditos, compró maquinaria del extranjero y contrató técnicos mientras resolvía los trámites municipales, que se harían esperar un año.

No contaba Luna con que concurriría otro empresario salmantino, precisamente Anselmo Pérez Moneo, que tras el éxito de su ensayo en 1883 había solicitado en vano encargarse de la instalación eléctrica en los teatros y otros locales privados de la ciudad. La aparición de un nuevo aspirante llevó al Ayuntamiento a retirar el dictamen favorable que había otorgado al proyectos de Luna y, para evitar conflictos, organizó un concurso público para adjudicar el servicio. A la primera subasta, celebrada simultáneamente en Madrid y Salamanca en febrero de 1889 no acudió ningún postor. El consistorio retocó ligeramente las condiciones para hacerlo más atractivo y el 3 de abril adjudicaba provisionalmente el servicio de alumbrado público por electricidad a la empresa La Electricista Salmantina.

Para entonces, Carlos Luna ya se había labrado su popularidad con varias iniciativas particulares que recibieron gran aceptación entre los salmantinos. En enero recibía la autorización municipal para instalar cables por dentro de los arcos de la Plaza Mayor “siempre que los dueños de las casas se lo consientan” (El Fomento, 19 de enero de 1889). Las procesiones de Semana Santa en la Plaza sirvieron para estrenar oficialmente los cuatro arcos voltaicos instalados por Luna que asombraron a los salmantinos. Así lo contaba El Fomento el 20 de abril. “El espectáculo era conmovedor. En la ciudad clásica de religiosas contradicciones, brillaban a la vez la luz del Golgota y la luz de la ciencia, confundiéndose en una sola verdad que nos dice: ‘adelante”.

El Ayuntamiento aceptó dejar permanentemente esta iluminación eléctrica al precio de 14 pesetas diarias aunque aún no se habia resuelto la subasta. Antes, en febrero, Luna había sorprendido con varias exhibiciones de alumbrado en la fachada de su fábrica – vivienda, que para el diario local El Fomento mejoraba lo que había en Madrid y Barcelona, “donde la luz no tiene ni con mucho igual fijeza”. Y pocos días después La Electricista Salmantina decidía homenajear el músico salmantino Tomás Bretón —que acababa de estrenar en Madrid la ópera “Los amantes de Teruel”— colocando en la Plaza junto al arco de Prior un tablero en el que 250 lámparas incandescentes de 16 bujías dibujaban una lira sobre la inscripción “A Bretón. La E.S.”. La original iniciativa fue muy celebrada en la ciudad. Este diseño musical iluminó también el 5 de junio el teatro Liceo con ocasión del estreno de la obra de Bretón y en las funciones de los tres días siguientes.

Con la opinión pública entregada y una consolidada imagen de benefactor que traería el progreso a Salamanca, Carlos Luna emprendió el 23 de agosto de 1889 los trabajos para la instalación de la red en la ciudad colocando cuatro arcos voltaicos más en la Plaza Mayor. Ese mismo mes, según detalla García Catalán, se instalaron luces eléctricas de diez y dieciséis bujías en las escaleras del Ayuntamiento, utilizando las pequeñas farolas que existían en los dos descansillos. La tecnología también llegó al despacho del alcalde, al salón de sesiones y sala de conferencias, entre otras estancias. Toda esta iluminación fue ofrecida por Luna gratuitamente mientras se mantuviera la concesión.

En el resto de calles y plazas se utilizaron indistintamente arcos voltaicos y lámparas incandescentes, que en los primeros años se encendían a diario desde el anochecer hasta las doce de la noche. El horario se prolongaba hasta la una en las noches sin luna. En 1897, cuando el alumbrado ya estaba plenamente establecido y el número de luces sobrepasaba las quinientas, más de la mitad permanecían encendidas hasta el amanecer.

Entre 1889 y 1891, Luna instaló 274 lies incandescentes de dieciséis bujías cada una. Eran más de las previstas en las bases redactadas por el Ayuntamiento, aunque se compensó con los arcos voltaicos, ya que de los 27 previstos, solo instaló 22.

El centro de la ciudad fue prioritario en este despliegue de innovación tecnológica. Tras la Plaza Mayor y el Campo de San Francisco, por motivos evidentes, la iluminación se concentró en los trayectos hacia los dos teatros de la ciudad (calle Toro hacia el Liceo) y San Julián y San Justo hacia el teatro del Hospital (futuro teatro Bretón). Si bien el mapa de luces marcó los ejes de comunicación norte-sur iluminando Libreros, la Rua y calle Zamora, por un lado, y San Pablo, Toro y Azafranal por otro, el barrio universitario y la catedral quedaron algo más descuidados, a excepción de las luces instaladas en la plaza de Anaya, el patio de Escuelas y la plazuela Episcopal. La zona suroeste de la antigua ciudad, devastada por los efectos de la Guerra de la Independencia, quedaba al margen del alumbrado eléctrico.

Tampoco tuvieron luz en principio las huertas aledañas al convento de San Esteban, las parroquias de San Cristóbal, Santo Tomás, Sancti Spíritus, San Juan Bautista y San Blas mientas que el camino de la estación quedaba muy desatendido pese a su denso tránsito de carruajes.

Los focos eléctricos trajeron los primeros hilos y cables para distribuir la energía que se generaba en la fábrica del Campo de San Francisco. El contrato dejaba a criterio de la empresa si la conducción sería subterránea o aérea. Para colocar los cables en los muros de la catedral hubo que pedir permiso al obispo, y lo mismo que al duque de Berwick y Alba en el palacio de Monterrey. Para disimilar los cables en la Plaza Mayor y mantener la estética, se les aplicó una capa de pintura al óleo.

Allí donde no era posible sujetar los cables a las fachadas se colocaron unos poco estéticos postes de madera que recibieron críticas del Ayuntamiento por su mal aspecto y falta de seguridad. La ocasión fue aprovechada por Anselmo Pérez Moneo para proponer sus columnas de hierro dulce con celosía que fabricaba en sus talleres. El 18 de marzo de 1891, Moneo presentó los diseños de farolas con una base de piedra de granito y un precio de 150 pesetas por unidad, que el Ayuntamiento pudo abonar en el plazo de dos años.

A partir de 1892, las negociaciones para extender la red de alumbrado público generaron tensiones entre el Consistorio y la empresa concesionaria. Varios concejales solicitaron llevar la luz al paseo de la Estación, la Alamedilla y el arrabal del puente destinando a este fin los gastos de mantenimiento de las antiguas luces de petróleo y siempre que la concesionaria ejecutase la ampliación por la misma cantidad que venía cobrando, 25.417 pesetas. Las negociaciones desembocaron en una rescisión temporal del contrato en enero de 1895, pero la intervención del gobernador civil recondujo la situación.

El nuevo acuerdo, con precio a la baja, supuso un gran impulso a la extensión del alumbrado, que al año siguiente ya llegaba hasta Carmelitas, puerta de Zamora y Ronda del Corpus, entre otras calles. La expansión continuó en 1897 y alcanzó el arrabal del puente, tendiendo cables sobre postes de madera en el Puente Romano. También se mejoró la distribución en las luces del centro. En junio de 1897 el número de lámparas instaladas era de 519 lámparas, de las que 504 eran incandescentes y 15, arcos voltaicos colocados en lugares estratégicos como la Plaza Mayor frente al Ayuntamiento y el arco del Toro, calle Prior, plaza del Corrillo, plaza del Poeta Iglesias, plaza del Ángel, plaza de la Verdura, plaza de San Julián, plaza del Liceo, plaza de los Bandos, la Rúa, Palominos y la plaza de San Isidro.

En plena expansión de la red de alumbrado de Carlos Luna, trescientos accionistas constituían en 1896 una segunda empresa, “La Unión Salmantina” para competir en el negocio eléctrico. Presidida por Jeronimo Cid García, instalaron su fábrica sobre una antigua fábrica de curtidos junto al río, el edificio que desde 2002 es sede del Museo de Historia de la Automoción. Los trabajos de desmonte en la zona acabaron con el teso de San Nicolás.

La nueva empresa obligó a revisar a la baja los precios de la electricidad. Aun así, los precios fueron inasequibles para la inmensa mayoría de la población de la ciudad, que continuó iluminándose con los medios tradicionales. La luz eléctrica, según recoge la web sobre historia local salamancaenelayer.com, siguió durante un tiempo limitada lugares y edificios públicos, comercios, fábricas y talleres. En 1905, con el apoyo decidido de La Unión Salmantina, el suministro comenzó a ser en corriente alterna. lo que favoreció la extensión a toda la ciudad tanto para el alumbrado público como para otros usos.

En 1911, cuatro años antes del fallecimiento de Carlos Luna, su empresa eléctrica ya había instalado el alumbrado en todos los barrios de la ciudad y sus arrabales, sumando un total de 1.125 lámparas, y se mantenían en uso cuatro arcos voltaicos. La fusión de las dos compañías eléctricas, la de Carlos Luna y “La Unión Salmantina”, daría como resultado la nueva empresa “Electra de Salamanca”, que continuó con el suministro utilizando procedimientos térmicos e hidráulicos.

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