Alandino, el rapero que hace cumbia para bailar y protestar - La Razón | Noticias de Bolivia y el Mundo

2022-12-08 12:20:02 By : Ms. Sophie Liang

Thursday 8 Dec 2022 | Actualizado a 00:20 AM

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El cantautor empezó haciendo improvisación en las calles.

La Paz / 25 de junio de 2022 / 01:07

Interpreta diferentes líricas e improvisaciones raperas, pero con música cumbia. Sus letras reflejan las problemáticas sociales de hoy, y con música tropical, el artista Alandino transmite mensajes de protesta y hace bailar a su público a la vez.

Sus canciones contemplan estilos externos como hip hop, reggae, reggaetón, ska, trap o vals peruano, y se fusionan con ritmos bolivianos como el huayño, cueca, kaluyo y morenada, pero siempre con la cumbia como base.

“Me gustan los géneros alternativos como el rock y otros populares, pero la música tropical es mi nexo entre la reivindicación de los saberes ancestrales y el presente que estoy viviendo como un ser nacido en esta urbe, justamente porque la música tropical nace de un movimiento contracultural de afrodescendientes y pueblos indígenas en reivindicación”, contó el artista.

Alán Gálvez Fernández (34) se autonombró Alandino en 2012, por sentir un vínculo con la cultura quechua y la cordillera de los Andes, y estar convencido de que por sus venas corre sangre andina y de sus ancestros. Ya en 2015 conformó la banda con el mismo nombre y comenzó a difundir sus mensajes en ritmo tropical.

“Elegí hacer cumbia, porque es un género musical estigmatizado por algunos sectores sociales o clases sociales. Elegí la cumbia porque me considero un ‘cholo’, un cumbiero, un ‘chojcho’. Así me he criado y amo ese ambiente, es parte de mi identidad”, agregó Gálvez.

Con una formación musical empírica, Alandino inició su caminar artístico haciendo rap en calles y plazas. Con el paso del tiempo formó parte de Amarte, un trío de música urbana; de “Llamacatarsis”, donde aprendió a tocar la guitarra y es base de la instrumentalización de sus composiciones. También fue parte de Mara Cultiva, agrupación de reggae y ska.

Con su banda compone singles que hablan de “temáticas vinculadas a violencia de género, medio ambiente, respeto a la Madre Tierra y en lo posible a todos los seres vivos, respeto y amor a la vida, y sobre todo, busco mucho mejorar el autoestima, que ese dolor que sentimos, trascienda en redención”, aseguró.

A Gálvez acompañan Andrés Herrera en la guitarra, César Lugones (Chiocos) en la batería, Gerson Nava (Ger) en los vientos y Cristian Riveros (Chichas) en la percusión y coros.

Para Gálvez, Alandino es un proyecto de sanación personal y colectiva, pero a la vez, dentro su espiritualidad, reconoce y acepta que el dinero es parte indispensable del vivir bien, por lo que es necesario cobrar por el trabajo que realiza. No obstante, prima lo espiritual y la significación que le da la música a su vida.

“Siento que estoy curando de muchos trastornos, muchas heridas espirituales y psicológicas, porque nací en una sociedad que acarrea trastornos genéticos, sociales, de la familia, la escuela, el Estado y el sistema patriarcal en el que nos han criado”, añadió.

El artista tiene publicadas más de 20 canciones, de las cuales Ají de lengua (con Kaypi Rap) y Discrimínamela ésta son sus temas más sonados. Sin embargo, tiene hambre de éxito y planea cruzar las fronteras con su música.

“Tengo alrededor de 30 canciones más, y pretendo publicar una nueva cada tres semanas durante todo el año. Queremos sacar el álbum llamado Cumbias pa’ dejar de sufrir y un video musical, de la canción Zombi. Soñamos con tocar y explorar Argentina, Chile, Colombia, Perú, México, Venezuela y otros países”, indicó Alandino.

“Estoy agradecido con todas las personas que hacen que este proyecto pueda crecer cada vez más. Como reciprocidad, puedo darles mucha más música, en la cual trato de mostrar e informar a la gente y a mí mismo, las razones de hacer música cada día. “¡Jallalla!”, afirmó el músico sobre lo que vendrá a futuro.

Pintado a mano y de un diámetro de unos ocho metros, está colocado sobre un mecanismo previsto para girar cinco veces por minuto.

Foto tomada el 6 de diciembre de 2022 en la que un pintor da el toque final a un globo terrestre gigante instalado por el municipio en la plaza Dahan e Bash, en Kabul. Foto: AFP.

Un globo terráqueo gigante, con un Afganistán de gran tamaño, es la nueva atracción de los habitantes de Kabul, la capital afgana.

El globo terráqueo, pintado a mano y de un diámetro de unos ocho metros, está colocado sobre un mecanismo previsto para girar cinco veces por minuto. Es decir, más rápidamente que los coches que dan la vuelta a la rotonda, atrapados en los habituales atascos de tráfico de la capital.

«Es algo creativo», afirmó a AFP Hafiz, un vecino que no quiso dar su apellido.

«Antes era solo un lugar inútil. Este mapa muestra que también estamos presentes en el globo», agregó.

Los transeúntes pueden asombrarse de que, en el mapamundi, Afganistán sea un poco más grande de lo que sugieren los mapas oficiales. Y ocupando el espacio habitualmente asignado a sus vecinos Pakistán e Irán.

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El ingeniero en jefe y el artista a cargo de la construcción explicaron que era simplemente para «poner el país en primer plano».

«Hemos ampliado (el tamaño de Afganistán) para que la gente pueda reconocer su país», comentó el ingeniero jefe, Esmatulá Habibi. «Esperamos que el mundo entero también lo reconozca», añadió.

Abid Wardak tardó cuatro días en pintar el globo a mano, encaramado en una escalera de bambú.  «Me ayudé con un mapa, aunque estaba en inglés», explica el artista.

Afganistán fue pintado en blanco, el color de la bandera de los talibanes, y lleva la inscripción de la profesión de fe islámica.

La ópera de Musorgsky (1839-1881), inspirada en el drama homónimo de Alexander Pushkin, narra la ruptura entre un gobernante autocrático y su pueblo.

Una escena de la ópera Boris Godunov, de Modest Musorgski. Foto: AFP.

Milán / 7 de diciembre de 2022 / 23:14

La Scala de Milán abre este miércoles su temporada con la ópera Boris Godunov, de Modest Musorgski. Se trata de una audaz parábola del poder en la Rusia de los zares que cobra actualidad por la guerra con Ucrania.

La idea de montar esa célebre ópera surgió hace tres años, pero cuando Rusia invadió Ucrania en febrero pasado, nacieron muchas dudas sobre su realización.

Sin embargo, La Scala decidió mantener el programa pese a las protestas del cónsul de Ucrania en Milán, Andrii Kartysh, quien temía un golpe propagandístico a favor del presidente ruso, Vladimir Putin.

La respuesta del célebre teatro italiano fue contundente. «No hacemos la apología de nadie, estamos interpretando una ópera considerada una obra maestra de la historia del arte». Así se refirió a la AFP el director Dominique Meyer.

La Prima de la Scala es el momento culminante de la vida cultural italiana y asistirán desde el palco real la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. También estará la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.

Por ello activistas ambientales del movimiento Last Generation madrugaron este miércoles para arrojar pintura lavable de colores a la fachada del prestigioso teatro. El fin fue protestar por la indiferencia de los políticos y las instituciones ante el cambio climático.

«Saquen la cabeza de la arena e intervengan para salvar a la gente», clamaron.

La ópera de Musorgsky (1839-1881), inspirada en el drama homónimo de Alexander Pushkin, narra la ruptura entre un gobernante autocrático y su pueblo. Ésta fue censurada varias veces tanto durante el imperio ruso como durante la era soviética.

La primera versión, de 1869, era considerada demasiado vanguardista, por lo que fue rechazada por la comisión artística de los teatros imperiales de San Petersburgo.

Una versión modificada realizada en 1874 fue en cambio un fracaso, criticada por su «mal gusto e ignorancia musical».

La versión original (Ur-Boris), cantada en ruso, es la que escogió el director musical de La Scala, Riccardo Chailly. Y fue con la idea de ser lo más fiel posible al espíritu de Musorgsky, aunque sea una versión «más amarga y dura», según Meyer.

«Boris Godunov es una obra maestra absoluta, cuya modernidad sorprende» y reserva «momentos de gran poesía, por su timbre y belleza musical», estimó Chailly.

Una versión de esa ópera realizada por el Teatro Mariinsky de San Petersburgo en 2012 sorprendió al establecer un paralelismo muy curioso. Se comparó el reinado de Boris Godunov, zar de 1598 a 1605, con Vladimir Putin, que enfrentaba entonces un amplio movimiento de protestas.

Diez años después, es el momento adecuado para interpretar a Boris Godunov, porque «Musorgsky fue un artista que luchó contra el sistema. Sería totalmente erróneo censurar su ópera, ya que desenmascara el poder», estima el director a cargo de la puesta en escena de esta versión, Kasper Holten.

La soledad del poder, la locura, la violencia, los remordimientos… el complejo y atormentado personaje de Boris Godunov. Y que éste llega al poder tras haber hecho asesinar al legítimo heredero del trono, parece una historia sacada de una tragedia de William Shakespeare en quien Pushkin se inspiró.

Solo se ha hecho una pequeña modificación de la versión original al introducir un intervalo, lo que permite al espectador ver en la primera parte el drama desde el exterior. En la segunda, se desliza en la mente del zar, en las garras de sus alucinaciones y de los fantasmas que acucian.

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En el papel principal, el famoso bajo ruso Ildar Abdrazakov evoca a un «Boris con alma y corazón, pero consumido por el remordimiento de haber matado a un niño», cuenta Holten.

«Ese pensamiento es constante, lo llena de una angustia que crece lentamente y se hace cada vez más pesada, hasta enloquecer y morir», resume.

Un gigantesco pergamino blanco domina gran parte del escenario y simboliza el manuscrito del monje cronista Pimen, testigo del asesinato del niño heredero. Y él busca restaurar la verdad ante la censura del régimen.

«Ese rollo de papel gigante es el río del tiempo y de la historia sobre la que construimos nuestros palacios y nuestros sueños y que al final nos lleva consigo», explica Holten.

El monje Pimen es interpretado por el estonio Ain Anger, considerado uno de los mejores bajos wagnerianos del mundo.

La franquicia que comercializa la consola Xbox, anunció en enero la adquisición del editor estadounidense Activision Blizzard por 69.000 millones de dólares.

Una persona juega al videojuego 'Call of Duty' en un teléfono móvil el 24 de agosto de 2022 en la feria Gamescom de Colonia, Alemania. Foto: AFP.

La franquicia de videojuegos Call of Duty estará disponible en las consolas de Nintendo si Microsoft logra adquirir el editor estadounidense Activision Blizzard. Así lo afirmó este miércoles un responsable de la compañía estadounidense.

Microsoft, que comercializa la consola Xbox, anunció en enero la adquisición del editor estadounidense Activision Blizzard por 69.000 millones de dólares. Sin embargo, el proyecto está en el punto de mira de las autoridades de competencia de Estados Unidos y Europa.

Los reguladores temen que la adquisición permita a Microsoft cerrar el acceso a los videojuegos de Activision Blizzard en las plataformas de la competencia.

Aparte de Call of Duty, el editor desarrolló juegos sumamente populares como World of Warcraft o Candy Crush.

«Microsoft quiere ofrecer más juegos a más gente, elijan como elijan jugar», se defendió en Twitter Phil Spencer, responsable de la división de juegos del gigante estadounidense.

«Microsoft se comprometió a proporcionar Call of Duty a Nintendo durante diez años tras la fusión de Microsoft y Activision Blizzard King», añadió.

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Para Serkan Toto, de la empresa de análisis Kantan Games en Tokyo, el anuncio es un claro «golpe de publicidad» por el momento en que se produce.

La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos, autoridad que supervisa la seguridad de los consumidores, examinará la adquisición el jueves, informaron varios medios.

La Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la Unión Europea, abrió por su parte una investigación sobre la operación a principios de noviembre. También lo ha hecho el organismo británico de defensa de la competencia.

Las imágenes que llegan del Webb son inicialmente invisibles al ojo humano, porque opera esencialmente en el espectro de infrarrojo, a diferencia del Hubble.

El telescopio espacial James Webb entregó a lo largo de 2022 imágenes excepcionales. Foto: NASA.

París / 7 de diciembre de 2022 / 22:14

El telescopio espacial James Webb entregó a lo largo de 2022 imágenes excepcionales, apenas un esbozo de lo que podría llegar en un futuro no lejano. Está en órbita desde mediados de año para escudriñar los confines del Universo y la atmósfera de los planetas lejanos.

Los resultados del Webb, situado a 1,5 millones de km de la Tierra, superan de lejos a los del veterano telescopio Hubble. Éste sigue en funcionamiento pero sin la precisión de las lentes de su joven competidor.

Gracias a su exitoso lanzamiento, Webb debería operar durante al menos 20 años, en lugar de los diez que se preveía inicialmente.

«Se está comportando mucho mejor de lo que esperábamos», asegura a la AFP Massimo Stiavelli, jefe de misión en el Space Telescope Science Institute, que pilota ese artefacto espacial.

«Los instrumentos son más eficaces, las lentes más precisas y estables», explica. Esa estabilidad es clave para lograr imágenes nítidas.

Las imágenes que llegan del Webb son inicialmente invisibles al ojo humano, porque opera esencialmente en el espectro de infrarrojo, a diferencia del Hubble.

Pero gracias a la espectacular coloración de esas fotografías, ha conseguido deslumbrar a los aficionados.

Con esa frecuencia de las ondas infrarrojas, el James Webb puede detectar los rastros lumínicos más débiles del Universo, o analizar con espectrógrafo la atmósfera de los exoplanetas (planetas fuera del Sistema Solar).

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El lanzamiento del James Webb a bordo de un cohete Ariane 5, a finales de 2021, coronó una odisea iniciada por la Nasa hace más de 30 años.

Tras varios fracasos, una inversión de 10.000 millones de dólares y la contribución de 10.000 personas, el telescopio se colocó de manera perfecta en su órbita. Y fue a mediados del verano boreal, en particular con el despliegue de un parasol de la talla de una cancha de tenis.

Su principal espejo, de 6,5 metros de diámetro, consta de 18 pétalos que se fueron abriendo y calibrando hasta alcanzar una precisión inigualable. Las piezas tienen un margen de error de apenas un millonésimo de metro.

El telescopio James Webb envió el 12 de julio de 2022 cinco imágenes que pusieron de relieve sus capacidades. Miles de galaxias, algunas formadas poco después del Big Bang, hace 13.800 millones de años.

Meses después pudo fotografiar a Júpiter con lujo de detalles, lo que ayudará a comprender el funcionamiento interno de ese gigantesco planeta gaseoso.

Otras imágenes coloreadas que provocaron asombro fueron los «Pilares de la Creación», enormes estructuras de gas y polvo repletas de estrellas, de tonos azulados, rojos y grises.

Estas imágenes y datos invitan a los científicos a «revisar sus modelos sobre la formación de las estrellas», explica la Nasa.

Apenas cinco meses después de su entrada en funcionamiento, el telescopio permitió a los astrónomos atisbar una galaxia que se formó apenas 350 millones de años después del Big Bang.

Esas formaciones galácticas son mucho más brillantes de lo que se suponía y quizás se formaron mucho antes de lo que se calculaba.

«Tenemos un ‘exceso’ de galaxias respecto a los modelos teóricos en el Universo lejano». Así explicó a la AFP David Elbaz, director científico del Departamento de Astrofísica del Comisariado de Energía Atómica y Energías Alternativas de Francia (CEA).

Ahí donde Hubble veía solamente «galaxias de formas irregulares», la precisión del James Webb «las convierte en magníficas espirales galácticas» de una forma similar a la nuestra.

Una especie de «patrón universal» que podría ayudar a desentrañar la formación de las estrellas.

En cuanto a los exoplanetas, se logró la primera confirmación de la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera de Wasp 39-b. Y es que en sus nubes podrían producirse fenómenos fotoquímicos.

Según Massimo Stiavelli, esas primeras observaciones hacen presagiar «grandes sorpresas» en un futuro no muy lejano.

En las sentadas, marchas y concentraciones, las banderas con el retrato de Bob Marley, los gorros rojo-verde-amarillo y los grandes temas del reggae en inglés o árabe están por todas partes.

Sudaneses visitan una exposición de ojetos rastafaris en la capital de Sudán, Kahrtoum, el 14 de octubre de 2022. Foto: AFP.

Jartum, Sudán / 7 de diciembre de 2022 / 21:48

Con sus largas rastas y su gorro de lana, Abdallah Ahmed sabe que es uno de los rastafaris, y que puede traerle problemas en su país, Sudán.

Si bien en Jamaica el emperador etíope Haile Selassie es considerado un mesías por los rastafaris que le siguen, en Sudán, el rastafarianismo es un movimiento más cultural que místico.

Sin embargo, bajo el régimen del dictador Omar al Bashir, Abdallah Ahmed -de nombre artístico Max Man- sufrió la saña de su policía islámica. En 2017 fue detenido en un concierto de reggae acusado de posesión de drogas. Fue condenado a 20 latigazos.

En esos años, la policía de la moral no dudaba en rapar las rastas en público y en agredir a los rastafaris por incumplir el estricto código de vestimenta que el régimen imponía entonces.

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En 2019, cuando el ejército derrocó a Bashir bajo la presión del pueblo, los rastafaris «estaban super entusiastas», cuenta este sudanés de 31 años.

«Surgieron muchos músicos y artistas», dice a la AFP este hombre que durante la dictadura tuvo que vivir su pasión en la clandestinidad.

Sin embargo, cuando el general Abdel Fatah al Burhan restableció el poder militar con su golpe de Estado hace un año, todas las puertas volvieron a cerrarse.

Entre los 121 manifestantes muertos en la represión había varios rastafaris, afirma Afraa Saad, una cineasta de 35 años que también lleva largas rastas.

A menudo, en las redadas que preceden o siguen las convocatorias de manifestaciones, los rastafaris dicen que son los primeros en caer, porque son los más visibles. Y entre estos jóvenes de pelo largo, varios han salido de detención con la cabeza rapada.

Para Abdallah Ahmed, los rastas, con su aspecto atípico, son un «objetivo» de las autoridades.

«Pero eso nunca les impidió dejarse las rastas, algunos murieron por no esconder» el hecho de ser rastafaris, añade.

Tanto es así que junto a los habituales eslóganes «¡Militares a los cuarteles!» y «¡Poder para los civiles!», ha aparecido el ya emblemático «Los rastafaris no mueren».

En las sentadas, marchas y concentraciones, las banderas con el retrato de Bob Marley, los gorros rojo-verde-amarillo y los grandes temas del reggae en inglés o árabe están por todas partes.

«El rastafarianismo nos enseña a decir la verdad, a ser valientes, a luchar por nuestros derechos», dice Abdallah Ahmed.

Y sin embargo, señala Afraa Saad, existe un prejuicio muy arraigado en Sudán y otros países, de que «alguien que lleva rastas es un drogadicto que no sabe comportarse correctamente».

«A menudo la gente me pregunta cómo una chica puede llevar rastas cuando hay otros peinados respetables», dice.

Pero para ella, llevar rastas es mucho más que una cuestión estética. Es un mensaje político.

Bajo el régimen de Bashir, la vestimenta de las mujeres estaba estrictamente controlada y su papel en la sociedad se redujo considerablemente.

En respuesta, Afraa Saad se dejó crecer rastas. «Se han convertido en mi identidad, en lo que soy», dice.

Saleh Abdallah, diez años menor que ella, se dejó crecer el pelo para protestar contra el golpe.

«Y me dejaré las rastas hasta que caiga el régimen militar», asegura durante una manifestación antigolpista.

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